El Pais 24

Aspectos y desafíos de la espiritualidad uruguaya

La reciente Encuesta Mundial de Valores se realiza desde los años 70 en más de 60 países, conducida por el politólogo Ronald Inglehart, de la Universidad de Michigan, Estados Unidos. Ese trabajo permitió mostrar el perfil de muchas sociedades -entre ellas la uruguaya- sobre muchos asuntos esenciales de la vida, uno de ellos la religiosidad y espiritualidad.

El número de uruguayos que cree en Dios se ha mantenido con pocos cambios desde las primeras mediciones de opinión pública de los años sesenta. Está alrededor del 83%, con mayor fuerza en el interior que Montevideo. Pero como lo mostraba el sociólogo Néstor da Costa en su tesis de doctorado -para la Universidad de Deusto de Bilbao- sobre “Religión y sociedad en el Uruguay de comienzos del siglo XXI: Un estudio de la religiosidad en Montevideo”, era esta una creencia a la uruguaya, “sui generis”. Fue fruto, sin duda, de la evolución de las relaciones entre Estado e Iglesia, pero también entre la academia y la educación y entre los valores ético-religiosos y la filosofía de corte trascendente y espiritualista, sobrepasada primero por el positivismo y luego por el marxismo.

En esta última encuesta mundial, el 51% de los uruguayos encuestados afirmaron tener tiempos de rezo, meditación, contemplación o similares. El 48%, dijo que no. Uno no puede estar en el alma de cada persona, pero en base a mi experiencia esto indica que la gente está “pensado íntimamente más” sobre el significado de su vida y sobre cuestiones que van más allá del momento. La forma como lo hacen puede ser muy variada: rezo, oración, meditación o contemplación.

Poco más de la mitad declaró haber recibido educación religiosa en sus hogares (56%). Es un porcentaje mayor del que se podía pensar, pero es interesante observar que uno de los aspectos más fáciles de ver de la educación religiosa familiar es el rezo agradeciendo antes de comer, algo que sucede en una minoría de hogares uruguayos.

A la vez que creció a un 74% quienes dicen que Dios es importante o muy importante en su vida -frente al 64% en 1996-, como contrapartida la confianza en la Iglesia (o las religiones en general) bajó de 56% a 51% en 10 años. A esto se suma que el 54% de los uruguayos contestó ahora que la religión es poco importante en su vida, frente al 49% una década atrás. ¡Qué contradicción!, exclamaría alguien que no conociera la historia uruguaya, donde una máxima era “creo en Dios, pero no en los curas”. 

Esa forma de pensar parece sobrevivir al paso del tiempo, pero por razones que no siempre tienen que ver con las eventuales faltas de los sacerdotes de las distintas iglesias, sino con un notorio individualismo uruguayo: no podemos aceptar que necesitamos de “alguien” para guiarnos y hacer que nuestras vidas cambien. 

Siempre será más apreciado y valorado un pastor o un sacerdote que haga una obra social -aunque su efecto sea de corto o mediano plazo- a la palabra y educación espiritual de un pastor o sacerdote que tenga un efecto duradero en el carácter y valores de una generación. No es que haya una contradicción entre las formas de expresar una fe, pero se demuestra, en la religión, la presencia de un “querer vivir” siempre bajo un protector sustancial y no tenemos confianza en lo que no vemos. Eso es en definitiva la fe.

Un 52% estuvo de acuerdo en que “dependemos demasiado de la ciencia y no lo suficiente de la fe” y esto es un punto clave en mi reflexión. Uruguay no es un país de ateos o agnósticos, aunque los hay. Es un país en que la religión está excluida (en gran medida por culpa de ella misma) de los asuntos que trascienden la vida individual. Nunca pudo crear una conciencia religiosa propia y una espiritualidad sostenible. 

Lo que parece claro es que los uruguayos tendemos a buscar un equilibrio entre fe y razón. Aunque los liderazgos y el campo académico nieguen la fe, la religión y la espiritualidad, la gente siente que esta es parte de su vida y del mundo. La gente, frente a los problemas cotidianos, piensa que necesitamos algo que, aunque no sea visible a los sentidos físicos, existe en una dimensión espiritual. Lo que no sabe es cómo encontrarlo y expresarlo.

En realidad, cuando decimos que Uruguay está atado, para su avance en todos los campos, a un problema cultural, lo definimos desde el punto de vista de forma de pensar, pero la forma de pensar depende de qué creemos sobre la vida. ¿Tiene un origen o es casual? ¿Existe un Creador o no existe? ¿Hay un propósito último para la existencia o no lo hay? ¿Hay vida después de la muerte física? ¿Tienen nuestras acciones consecuencias eternas?

La encuesta muestra una evolución en algunos aspectos de la religiosidad y espiritualidad de los uruguayos, un apego a valores tradicionales pese al embate del relativismo y un desafío para lograr un renacimiento espiritual y un desarrollo de una fe auténtica basada en lo eterno y no en situaciones o personas. Los uruguayos seguimos: a) separando espiritualidad de religiosidad sin identificar dónde está la diferencia y la conexión; b) las creencias religiosas siguen estando -aunque mucho menos que antes- en el ámbito netamente privado y c) se cree en Dios, pero se tiene desconfianza o poca afinidad hacia las instituciones religiosas, sus prácticas, y en particular sobre los hombres religiosos. 

En general en la sociedad, y en particular desde los medios de comunicación, se sigue mirando el fenómeno religioso y en particular a las iglesias y sus líderes, con suspicacia. Aunque ese no es un fenómeno exclusivamente uruguayo.

Quiero cerrar mi reflexión con una cita -que para mí es de una claridad absoluta- de un pastor uruguayo, Andrés Miranda, que ahora vive en EEUU. En un artículo titulado “Menos religión y más fe” da en el clavo al señalar hacia dónde debe dirigirse el sentimiento interno de los uruguayos. Dijo: “Fe y religión no es la misma cosa. 

La religión puede ser un conjunto de creencias a las cuales uno se adhiere con más o menos entusiasmo, con más o menos compromiso… Pero la fe es distinta. La fe es una convicción espiritual interna que incide en lo que somos y en lo que hacemos. Una persona con fe tiene una pasión, una persona religiosa tiene un ritual. La fe es un motor que nos mueve a ser agentes de cambio, primero de nuestra propia vida y luego del mundo que nos rodea. La fe es un sentimiento profundo que abarca la totalidad de la persona. 

La fe influye en su manera de pensar y de actuar. La religiosidad, no. No necesitamos tampoco fanatismos ni fanáticos. Necesitamos hombres y mujeres de fe. 

Esta será la clase de fe capaz de mover las montañas del odio, la corrupción, la inmoralidad y la injusticia. Esta será la clase de fe que pone la mira en los demás, no para destruirlos, sino para ayudarlos”.

Salir de la versión móvil