El Pais 24

Derrame en José Ignacio recuerda importancia del cuidado ambiental

A diez años del desastre ambiental que provocó la varadura del petrolero “San Jorge” en las cercanías de la isla de Lobos, un episodio menor frente a José Ignacio viene a recordarles a los uruguayos la importancia de prevenir cualquier agresión contra un medio ambiente que también es uno de los grandes capitales del país. Esta vez no tuvimos las desgarrantes fotos de animales empetrolados, pero igualmente la advertencia debe calar en la responsabilidad de todos.

Ya casi olvidado el grave derrame de petróleo que hace casi diez años provocó la varadura del buque “San Jorge” en un arrecife entonces desconocido, un episodio de menores proporciones acaba de recordarle a los uruguayos la necesidad de prevenir y evitar estas contingencias, que son una amenaza vigente para Punta del Este y algunas de las mejores playas del país. 

En esta oportunidad se trató de un derrame mucho menor -se habla de 15.000 litros, una bagatela en comparación con las 3.500 toneladas de crudo que había liberado el San Jorge- que dio lugar a una inmediata y eficaz reacción de las autoridades. Tanto lo acotado de la mancha, como las medidas que se aplicaron, hicieron posible que la alarma se diluyera casi tan rápidamente como las manchas que por algunas horas ensuciaron las arenas de José Ignacio. 

En este caso no hubo aparentemente animales empetrolados, como los lobos marinos que figuraron entre las principales víctimas del desastre de febrero de 1997 -se estima que entonces murieron unos 3.500- ni surgieron las desoladoras imágenes de cachorros de lobo cubiertos por una espesa capa de crudo que les llevaría a una muerte casi inevitable. No obstante, el episodio debe ser tenido en cuenta para mantener todas las medidas de vigilancia que puedan ser necesarias para evitar nuevos derrames, mientras a la vez se dispone de los medios necesarios para combatir los más graves efectos de un accidente.

La boya petrolera de Ancap, aún instalada en una zona turística caracterizada, en realidad es una valiosa prevención contra accidentes. Gracias a ella, los grandes petroleros no deben aventurarse por los canales del Río de la Plata y pueden alijar su carga en aguas profundas y menos transitadas, lo que sustancialmente ofrece una menor probabilidad de que se registren accidentes. Ir más al Este con la boya hubiera representado la costosa instalación de un oleoducto más largo hacia la refinería, sin que ello representara mayores ventajas, porque en cualquier otra ubicación existiría el riesgo de afectar zonas que también son de gran importancia turística, esta vez en el departamento de Rocha. 

Es entonces la naturaleza la que obliga a hacer convivir la boya petrolera con playas de muy estimable valor turístico. Ello obliga a multiplicar las prevenciones, por más que un derrame petrolero provoca daños en cualquier parte, y no solamente en arenas bañadas por aguas propicias y el sol estival. 

La fauna marina sufre las consecuencias de un derrame tanto en José Ignacio como en Alaska. Y la pesca y el aprovechamiento de los productos del mar se ven igualmente afectados en cualquier costa oceánica. 

No obstante, aguas y arenas limpias son dos de los pilares de una oferta turística uruguaya que es responsable de miles de empleos y de ingresos de divisas comparables a los de nuestros primeros rubros de exportación, por lo cual este aspecto no deja de pesar en la prevención de un daño eventual. Tanto Ancap como la Armada y la Prefectura deben tener este tema entre sus prioridades y coordinar acciones a fin de que el país cuente con los mejores medios técnicos para enfrentar una eventual crisis.

Salvo muy contadas excepciones, Uruguay ha sido un país cuidadoso de su entorno natural. Este hecho ha sido reconocido internacionalmente por organismos especializados, que ubican al país en los primeros lugares de un ordenamiento mundial y nos otorgan un despegado primer lugar entre los países de la región, algo que siquiera el ruido de los presuntos ecologistas -en realidad piqueteros a secas- han conseguido alterar. 

Este es uno de los grandes valores de un país que, con extensas costas, disfruta de características geográficas que son ampliamente favorables para prevenir formas de contaminación que causan importantes daños en otros países y ciudades. 

El costero y ventoso Montevideo, por ejemplo, sigue disfrutando de limpios cielos azul-celestes y moderadamente estrellados, algo ya casi inimaginable en otras ciudades con grandes flotas de vehículos cuyas emisiones se convierten en una permanente nube de “smog” que afecta la belleza del entorno urbano y los pulmones de sus habitantes.

Así, por obra del destino y circunstancias históricas y sociales que limitaron el desarrollo industrial, Uruguay se ha librado de muchas de las más agresivas manifestaciones de la contaminación. 

La de los buques petroleros debe ser prevenida. Mientras que otros casos focales, como el de los efluentes de las curtiembres o los arroyos montevideanos agredidos por los hurgadores, pueden ser remediados y deben serlo cuanto antes. 

Una actitud resuelta y vigilante en esta materia será la mejor fortaleza del país ante las verdaderas agresiones al ambiente, que sin duda nada tienen que ver con la prédica de los piqueteros de Gualeguaychú.

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