La ofensiva terrestre israelí en Gaza debe cesar y abrirle caminos a una asistencia humanitaria a la población civil de la franja, hoy privada de lo más elemental. Pero el cese del fuego también debe abarcar a las acciones de Hamas, que sigue castigando con sus cohetes a poblaciones del sur de Israel, ahora con nuevos artefactos con un alcance que compromete a una décima parte de la población israelí. De otro modo, no puede esperarse ninguna solución duradera, y el baño de sangre seguirá levantando barreras muy difíciles de superar.
Hoy, a no tantos kilómetros del Belén bíblico que hace más de dos milenios debió ser el escenario de la epifanía de los Reyes Magos, ataques aéreos y combates callejeros dan una medida bastante menos estimulante sobre la vocación humana por el encuentro entre civilizaciones. El escenario es la franja de Gaza, un territorio de 360 kilómetros cuadrados -poco más de la mitad de la superficie del departamento de Montevideo- que está a su vez dentro de la Palestina histórica, esa región de Oriente Medio que cabría holgadamente en el departamento de Tacuarembó.
Es que la invasión terrestre de la franja de Gaza por tropas israelíes agrega un nuevo motivo de preocupación al principio de 2009. Un año que se inaugura con noticias bélicas confundidas y en contraste, en los informativos y en las portadas de la prensa gráfica, con imágenes de celebraciones que debieran ser de afirmación anual de los sentimientos que aproximan al hombre.
Días atrás, estas páginas reclamaban un cese del fuego, deseando prevenir nuevas heridas en un conflicto que se eterniza en cada agresión, y se ahonda en la sangre derramada. El curso de los acontecimientos ha sido distinto. En las últimas horas el enfrentamiento llegó al nivel del combate callejero en un escenario urbano densamente poblado, en que ninguna acción militar puede desarrollarse sin provocar a la vez víctimas civiles.
Aún peor, las perspectivas no son buenas para el establecimiento de un cese de las hostilidades, ya que la intervención israelí no ha logrado el principal de sus objetivos, que es poner fin a los ataques con cohetes que militantes de la organización extremista Hamas realizan contra poblaciones de Israel. Contra lo que podía esperarse, en medio del ataque de la aviación israelí, Hamas comenzó a utilizar un nuevo modelo de cohete que casi duplica el alcance de los disparados anteriormente desde Gaza, que era de 15 kilómetros. El cambio es significativo: con los cohetes originales, 270.000 israelíes quedaban al alcance del fuego de los radicales palestinos. Los nuevos ya destruyeron una escuela elemental, afortunadamente vacía, en Beersheba, a 25 kilómetros de Gaza. El crecimiento del rango supone que ahora son 700.000 los israelíes -la décima parte de la población- que pueden ser alcanzados por el fuego de Hamas.
Pese a los bombardeos aéreos y a la invasión terrestre los ataques con cohetes no han amainado. Y ello le impone a Israel un difícil operativo de limpieza de baluartes enemigos que en general se parapetan en zonas densamente pobladas. Antes de los ataques aéreos, Israel ya había empleado procedimientos inéditos para intentar evitar pérdidas en la población civil, como la realización de comunicaciones telefónicas directas en árabe pidiendo a sus habitantes la evacuación civil de zonas que iban a ser atacadas. En el combate callejero, las posibilidades de una intervención militar “quirúrgica” y de prevenir a las eventuales víctimas son aún menos.
Lo que debe ocurrir cuanto antes en Gaza es un cese del fuego. Pero el mismo no debe ser unilateral. Fue la cúpula de Hamas la que no aceptó prorrogar la tregua de seis meses, vencida a mediados de diciembre, que se había suscrito con Israel gracias a una previa mediación egipcia. Así como debe cesar la invasión y los combates aéreos, también deben cesar los ataques con cohetes -que siempre son a civiles- contra la población israelí. Y la comunidad internacional, en la que nadie ya duda del carácter terrorista de Hamas, debiera establecer un contralor militar en Gaza con el objetivo de ubicar y destruir los depósitos de material bélico acumulados en la zona a través de un voluminoso contrabando bélico que se ingresó desde Egipto, por los túneles que la aviación israelí buscó destruir en el primer día de operaciones.
También debe tenerse especialmente en cuenta la situación humanitaria de la población civil de la franja, hoy privada en buena medida de suministros esenciales, como el agua potable. El flujo de la ayuda internacional se ha detenido en parte en razón de la invasión terrestre, y este es un buen motivo para reclamar su cese. Pero no parece viable esa exigencia sin una demanda paralela de que cesen los ataques con cohetes y se restablezca la tregua que, aún con violaciones, hizo posible lograr seis meses de relativa calma.
Resulta claro también que el compromiso internacional en la búsqueda de soluciones debe ser mayor. En estos días, y fuera de reclamos y proclamaciones pacifistas, las Naciones Unidas no han cumplido un eficaz papel de promotoras de la paz. Ni ha habido, al menos en la Unión Europea, actitudes verdaderamente centradas en la búsqueda de salidas viables, que no pueden menos que establecer exigencias para ambos bandos en pugna.
La meta es establecer una paz duradera. Es terminar con la siembra de odios que parece eternizar este conflicto y que hace lamentablemente tan improbable que se encuentre una solución a corto plazo. Cada muerto es un nuevo agravio a cobrarle al enemigo. Es otra carga de dolor que se suma a un abismo en que naufragan las posibilidades de entendimiento, en especial ante un rampante fanatismo.
Todo ello exige el cese del fuego. Y también un más importante compromiso internacional con soluciones viables y seguras para todas las partes en pugna.