La vieja península con sus techos de tejas entre el verdor de la arboleda es una visión nostálgica de lo que fue Punta del Este antes de su rotundo auge como balneario internacional. Y es un hecho que buena parte de la costa oceánica uruguaya ha sufrido una gran transformación, fruto de la implantación de árboles exóticos que fijaron las grandes dunas móviles que caracterizaban al litoral. Si la idea es dejar algo para muestra, nada más acertado que la decisión del Ejecutivo de declarar Parque Nacional a Cabo Polonio y su entorno, un paisaje único que todavía recuerda la costa que hace 500 años vieron los primeros navegantes del Viejo Mundo. Al amparar el singular ambiente, se hace posible que también lo disfruten las futuras generaciones.
El Cabo Polonio, privilegiado enclave de la costa oceánica uruguaya, se convertirá en “Parque Nacional” a partir de un decreto presidencial anunciado en la antevíspera por el ministro de Vivienda y Medio Ambiente, Carlos Colacce. Al entrar en vigencia esa disposición, el territorio, dunas, mar e islas del Cabo pasarán a integrar el Sistema Nacional de Áreas Protegidas (Snap) y sus características serán preservadas con la estricta vigilancia de las autoridades públicas.
Este sistema de amparo a áreas caracterizadas del territorio nacional se creó en febrero de 2000 a través de la Ley 17.234. Desde entonces han ingresado al sistema dos zonas: la de los Esteros de Farrapos, en el departamento de Río Negro y la Quebrada de los Cuervos, en Treinta y Tres. A las mismas se suma ahora el Cabo Polonio y su entorno, mientras que otros puntos singulares del territorio, como el Valle del Lunarejo y la Laguna de Rocha esperan que se complete el procedimiento de incorporación al Snap.
La designación como Parque Nacional al Cabo Polonio y las actuaciones para asegurar la preservación de su entorno natural están más que justificadas. Especialmente cuando año tras año crecen las expectativas turísticas en torno a la zona y en vísperas del momento en que la apertura del puente sobre la Laguna Garzón achicará considerablemente la distancia entre el Cabo y las zonas balnearias con mayor atractivo internacional, de Punta del Este a José Ignacio.
El Cabo y su entorno constituyen ya un ejemplo único de las grandes dunas móviles que en algún momento fueron la característica más saliente de toda la costa oceánica uruguaya. En el resto, una acción ciertamente civilizadora, pero que ha estado a punto de no dejar testimonio alguno, impulsó la forestación y la fijación de las dunas, dando lugar al nacimiento de una riqueza balnearia que es uno de los grandes capitales del país pero que también desfigura la apariencia original de la costa.
Una actitud estatal desatenta podría haber generado una grave alteración en el entorno, ya por la proliferación de nuevas viviendas costeras informales como por cualquier otra construcción que pudiera desfigurar sus características. En tiempos pasados, en que no existía una conciencia tan importante sobre la necesidad de preservar el medio ambiente, el difícil ingreso al Cabo y sus playas -por un camino de arena intransitable para vehículos comunes- de algún modo le cerró las puertas a un afincamiento masivo de turistas podría haber terminado con muchos de sus atractivos.
Aunque a la hora de escribir estas líneas todavía no se había publicado el decreto presidencial, según la propuesta original de incorporación al Snap la zona protegida tiene una superficie terrestre de alrededor de 5.000 hectáreas y una extensión sobre la costa atlántica de 18 kilómetros. La propuesta también especifica que los terrenos protegidos ocupan una franja de un ancho variable, próximo a los 5 kilómetros, entre la costa y la ruta 10. A su vez, la franja acuática que cae en las disposiciones de amparo al entorno es de 5 millas marinas a partir de la línea costera. También se señala que en la geografía que se define existe una población estable de 72 habitantes.
La declaración de área protegida, según lo expresa el proyecto, comprende a 132 padrones catastrales, algunos de los cuales son propiedad de particulares que se verán afectados en cuanto a la disposición de un destino para sus terrenos. Según la Ley 17.234, los objetivos centrales del sistema son proteger la diversidad biológica y los hábitats naturales, así como las formaciones geológicas y geomorfológicas relevantes, a la vez que mantener ejemplos singulares de paisajes naturales y culturales.
Por lo demás, la ley establece tres categorías para las zonas protegidas: parque nacional, monumento natural y paisaje protegido. A Cabo Polonio se le atribuyó -con acierto-la más importante y exigente.
Es obvio que dichos objetivos son antagónicos con una explotación turística indiscriminada, que terminaría desfigurando el paisaje. El objetivo es que la zona, sin dejar de brindar oportunidades turísticas y recreativas, lo haga de un modo compatible desde el punto de vista ambiental.
Las prohibiciones concretas serían en principio la visita a las islas por parte de turistas, cualquier explotación minera, la instalación de lugares de depósito de residuos, la extracción de objetos de interés arqueológico, la introducción de especies animales o vegetales exóticas, la pesca industrial -no abarca a la deportiva o artesanal- la instalación de construcciones en el litoral rocoso, las playas y el cordón de dunas.
Estas medidas serán seguramente complementadas por otras, resultado de la experiencia que se recoja en la supervisión del área. Y el resultado es que un parque nacional se suma a la geografía nacional y a los atractivos turísticos, pero brindando esta vez -a diferencia de lo ocurrido en otras áreas- la certeza de que lo que disfruta esta generación estará disponible para las venideras.