
Canadá se suma al reconocimiento del Estado palestino mientras crecen las presiones internacionales sobre Hamás
En un giro significativo en la diplomacia internacional, Canadá se ha convertido en el tercer país en pocos días en anunciar oficialmente su intención de reconocer a Palestina como un Estado soberano e independiente. El anuncio fue realizado por el primer ministro canadiense, Mark Carney y se alinea con los recientes comunicados de Francia y el Reino Unido, que también expresaron su voluntad de avanzar en el reconocimiento de Palestina, en un intento por reactivar las vías diplomáticas hacia una solución de dos Estados.
Este respaldo desde tres potencias occidentales marca un nuevo capítulo en el debate internacional sobre el conflicto palestino-israelí. Aunque más de 140 países ya han reconocido oficialmente a Palestina como Estado, el respaldo de naciones influyentes del G7 como Canadá, Francia y Reino Unido añade un peso político considerable a la causa palestina y ejerce presión sobre Israel para retomar las negociaciones de paz estancadas desde hace años.
Una señal política y diplomática
Carney destacó que el reconocimiento no significa un apoyo automático a ninguna organización política específica, sino a los derechos legítimos del pueblo palestino a tener un Estado propio, en paz y seguridad junto a Israel. “Canadá cree firmemente en una solución negociada basada en dos Estados. Este paso es una señal clara de que no podemos seguir ignorando los derechos del pueblo palestino”, afirmó el primer ministro en una conferencia de prensa en Ottawa.
La decisión llega en medio de una creciente crisis humanitaria y política en Gaza, donde los enfrentamientos entre Israel y Hamás se han intensificado tras meses de guerra. En este contexto, el reconocimiento de Palestina pretende también ofrecer una vía diplomática paralela al uso de la fuerza, que ha dejado miles de víctimas y una situación insostenible en el enclave.
Presión internacional para un nuevo liderazgo en Gaza
Paralelamente, un hecho sin precedentes ha sacudido el tablero regional: por primera vez, importantes Estados árabes y musulmanes, incluidos Qatar, Arabia Saudita y Egipto, han emitido una declaración conjunta llamando abiertamente a que Hamás se desarme y ceda el poder en Gaza. Este mensaje, que hubiera sido impensable hace apenas unos años, refleja un cambio de tono entre los países árabes, que ahora priorizan una solución política estable y viable para el pueblo palestino, por encima del apoyo incondicional a sus actuales líderes.
La declaración se enmarca en una conferencia de alto nivel de Naciones Unidas copatrocinada por Arabia Saudita y Francia, en la que participaron los 22 miembros de la Liga Árabe, todos los países de la Unión Europea y otras 17 naciones. El documento conjunto llama a una transición política en Gaza, con miras a establecer una autoridad palestina unificada y legítima que pueda representar a todos los palestinos y negociar la paz con Israel.
Este llamado refleja una creciente frustración por parte de los líderes regionales ante el prolongado conflicto y la percepción de que Hamás no representa una solución viable ni sostenible. Se insiste en que la reconstrucción de Gaza y la apertura de un proceso político serio requieren un nuevo gobierno, libre de milicias armadas y con legitimidad internacional.
Una oportunidad frágil pero real
La coincidencia de estos dos movimientos, el reconocimiento diplomático de Palestina por parte de potencias occidentales y el llamado árabe a un cambio en la estructura política de Gaza, abre una ventana de oportunidad frágil, pero inédita, para repensar el camino hacia una paz duradera en Medio Oriente.
Sin embargo, el desafío es inmenso: Israel rechaza de plano cualquier reconocimiento unilateral de Palestina sin garantías de seguridad, Hamás se niega a abandonar el poder y la Autoridad Nacional Palestina sufre de una profunda crisis de legitimidad interna.
Aun así, el apoyo internacional creciente a una solución política y la presión concertada desde diversas regiones del mundo podrían ser el impulso necesario para una nueva fase del conflicto, menos centrada en la guerra y más enfocada en una salida diplomática realista.